3 oct 2015

Renacer

Apago el ordenador casi con violencia y lo dejo a un lado. Ante la perspectiva de un fin de semana de trabajo intensivo y sin salir de casa, siento claustrofobia. Cojo un par de cosas y salgo a la calle, y veo de nuevo que la ciudad está viva, que brilla el sol, que el viento sopla con fuerza e insistencia. Echo a correr con el viento en contra y riendo. Corro, y corro entre las calles ventosas y llenas de vida hasta llegar a la playa. Casi no puedo esperar a descalzarme y sentir la gruesa arena de Riazor. Corro hasta sentir dolor en las plantas de los pies, con el viento en contra, bañándome en el sol y luego en el agua. Mi cuerpo bebe con avidez de la sal del mar, de su frío, de su fuerza. El horizonte es una línea perfecta, el cielo enormemente azul, el sol reluciente y la luna sonriente. Salgo del agua como de un bautismo, resucitado, con el cuerpo helado, limpio, puro, sin preocupaciones. ¿Cómo tenerlas? ¿Cómo estar triste, enfadado o disgustado? Un hombre se mete en el agua y ríe a carcajadas, no me extraña. Está la arena bajo mis pies, el aire rodeándome, el agua rugiendo y el sol brillando en lo alto. ¿Cómo sentir que puedo necesitar algo más?

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