Apago el ordenador casi
con violencia y lo dejo a un lado. Ante la perspectiva de un fin de semana de
trabajo intensivo y sin salir de casa, siento claustrofobia. Cojo un par de
cosas y salgo a la calle, y veo de nuevo que la ciudad está viva, que brilla el
sol, que el viento sopla con fuerza e insistencia. Echo a correr con el viento
en contra y riendo. Corro, y corro entre las calles ventosas y llenas de vida
hasta llegar a la playa. Casi no puedo esperar a descalzarme y sentir la gruesa
arena de Riazor. Corro hasta sentir dolor en las plantas de los pies, con el
viento en contra, bañándome en el sol y luego en el agua. Mi cuerpo bebe con
avidez de la sal del mar, de su frío, de su fuerza. El horizonte es una línea
perfecta, el cielo enormemente azul, el sol reluciente y la luna sonriente.
Salgo del agua como de un bautismo, resucitado, con el cuerpo helado, limpio,
puro, sin preocupaciones. ¿Cómo tenerlas? ¿Cómo estar triste, enfadado o
disgustado? Un hombre se mete en el agua y ríe a carcajadas, no me extraña.
Está la arena bajo mis pies, el aire rodeándome, el agua rugiendo y el sol
brillando en lo alto. ¿Cómo sentir que puedo necesitar algo más?
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